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Lo real y lo irreal van en paralelo

El otro día me surgió una duda, y no es otra cosa que ver si se pueden aplicar los conocimientos aprendidos en la Universidad a la vida laboral y cotidiana. A priori no parece una respuesta complicada, y seguro que, a casi todo al que se le pregunte, diría que sí, incluido un servidor. Viendo un anuncio de televisión escuché una frase que a muchas personas le es familiar: “nadie nace sabiendo”. Es verdad, y no lo pongo en duda. La vida nos enseña a recoger sabiduría y a aplicarla cuando tengamos que hacer uso de ella.

Realizada esta pequeña introducción voy a expresar mi disconformidad con esa duda inicial. Al igual que he manifestado y aprobado una simple lógica, entiendo que, una vez finalizada la carrera escogida, tenemos el título bajo el brazo y nos lanzamos al mercado laboral en busca de una oportunidad para aplicar todo lo adquirido, llegamos a un mundo que no tiene nada que ver con lo que nos han vendido.

Teniendo en cuenta que la mayoría de las personas que participamos en este proyecto somos estudiantes, junto con unos cuantos profesores, muy pocos somos los que tenemos experiencia ahí fuera. Sin analizar el marcado laboral –que nos llevaría para un análisis más profundo-, una vez encontrada la primera oportunidad no sabemos (y nos introduciremos todos) corresponder a lo que requieren de nosotros. Me explico. Un licenciado (dentro de unos años será graduado) encuentra un trabajo. Le contrata una empresa para desempeñar una labor ya que cumple todos los requisitos demandados. Cuando va a realizar el trabajo encomendado no sabe desarrollarlo y tiene que pedir ayuda a los compañeros. Argumento dos razones: que, de verdad, no tenga ni idea de cómo hacerlo, lo cual ha sido una pérdida de tiempo los años que ha estado dedicado a los estudios, o las técnicas de trabajo que le han enseñado son totalmente distintas a la que realizan en la empresa que le ha contratado. En ambos casos tiene que pedir ayuda.

Luego está otra situación que, sinceramente, me parece mucho más sangrante, y también real como la vida misma. En este ejemplo ocurre todo lo contrario. Imaginemos los mismos términos anteriormente citados. Llega el primer día de trabajo, y en vez de aplicar todos los conocimientos aprendidos en proyectos reales (aquí sí que no tiene que pedir ayuda a nadie), le ponen a hacer fotocopias, repartir el correo o que le lleve el café al jefe. ¿Tanto estudiar para ser el de los recados? ¿Cuántos cafés tendrá que repartir para sacarle provecho a tantos años de estudios y al sacrificio de los padres?

También existe una tercera opción, quizás la más racional. Trabajar sin problema alguno cumpliendo el objetivo por el que se ha preparado durante unos cuantos años. Hoy día, tal y como está la cosa, se puede considerar un éxito. Una cuarta y juro que ya acabo. Un licenciado con un máster, y si me apuran, también con un doctorado, trabajando poniendo hamburguesas y refrescos en un McDonald’s. ¿Tanto esfuerzo para esto?

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